lunes, 29 de septiembre de 2025

Lecturas: Parejas que no conviven

 Compartir un proyecto de vida, pero no un techo: cómo son las parejas estables que no conviven


“Se fortalece la relación desde la elección y no desde la obligación. Es decir, ‘hago esto con mi pareja porque me apetece’. Al no convivir, se intenta disfrutar de los momentos juntos al máximo’”, dice Lily Urbano (31), en pareja desde hace casi tres años junto a Andrés Muñoz (29). Ella ya lleva siete años independizada y él aun vive con sus padres.

Autonomía, privacidad, espacio personal, el evitarse los roces y peleas domésticas y poder gestionar sus propios horarios son cosas que ambos valoran del hecho de vivir en casas separadas. “No convivir no significa tener menos compromiso”, dice Andrés.

Éric y su pareja, ambos de 29 años, llevan tres años y medio juntos y viven en casas separadas en Holanda. “Desde pequeños, nos han impuesto la idea de que, para que una relación sea considerada formal o estable, hay que seguir ciertos pasos. Estoy bastante en contra de eso. Puedo querer estar con alguien y a la vez querer tener mi espacio. Son cosas muy independientes”, asegura Eric. “Nos da una libertad de vivir nuestra propia vida, pero acompañados el uno del otro. Nos vemos cuando queremos de forma regular, manteniendo la privacidad y libertad de cada uno. No afecta el compromiso. Yo aprecio mucho a mi pareja, nos queremos mucho. Si tú quieres estar con alguien, estás con esa persona, vivas o no en la misma casa”, opina el joven.

Parejas LAT (por Living Apart Together), parejas TIL (Together in Life), parejas OWC (Only Week Couples), son algunos de los términos anglosajones que designan nuevas realidades y modalidades de pareja cada vez más frecuentes. En este caso, se trata de parejas que, ya sea por elección o por necesidad ante circunstancias externas, no comparten el mismo techo, pero sí un vínculo estable e incluso, en muchos casos, un proyecto de vida.

Parejas TIL: ¿Qué las diferencia del resto?

Según explica la psicóloga Marian Álvarez, lo que distingue a las parejas TIL (Together in Life) es que “apuestan por un compromiso de vida continuo. Lo vemos mucho en parejas que viven en diferentes ciudades por motivos laborales pero tienen un proyecto de vida en común, a veces, incluso están casados o comparten hijos’”. En cambio -entiende Álvarez- las parejas LAT tienen otro nivel de compromiso.

​A diferencia de las LAT, en las TIL las decisiones vitales se toman en conjunto y la pareja sigue siendo una prioridad, aunque no se comparta techo: “En las parejas LAT, cada uno vive de forma independiente porque quiere y están juntos en tanto ambos encajen con el proyecto de vida propio de su pareja. Mientras que los TIL comparten áreas de sus vidas, los LAT las viven en paralelo: ‘yo tengo mi vida y tú la tuya’”.

​De esta manera, las parejas TIL apuestan por una relación basada en la autonomía personal sin desconexión, sin renunciar al compromiso emocional. Viven en casas separadas, incluso de forma permanente, y mantienen el vínculo a través de rituales, encuentros presenciales o virtuales, y un acompañamiento afectivo constante. “No hay una presencia física pero sí emocional”, explica la experta, quien subraya que este modelo parte de una elección libre y no de un miedo al compromiso: “Es un para siempre, pero sosteniendo mi propio mundo y sin el desgaste de la convivencia cotidiana”.

“Los tiempos están cambiando. Antes el amor se basaba en la renuncia y las parejas se elegían desde la necesidad”, asegura la psicóloga Marian Álvarez, que observa este tipo de parejas de forma cada vez más frecuente en su consulta de Cabanas Psicología. La autora del libro Ser pareja (Ed. Círculo Rojo) apunta que “No se trata de una falta de compromiso, sino de una forma distinta de construirlo, de gestionar la pareja y la estabilidad emocional. Y, en caso de que haya una crianza compartida, es también una forma diferente de cuidar a los hijos”.

“Estos modelos de pareja no tradicionales van ganando popularidad en nuestras sociedades modernas, especialmente en contextos en los que se valora más la autonomía personal, la flexibilidad, la intimidad, el evitar los conflictos asociados a la convivencia diaria y la movilidad laboral”, asegura el profesor de Antropología Social de la Universidad de Barcelona Xavier Roigé, y añade que: “Son tipos de pareja que están más presentes de lo que parece, tanto por cambios en el universo familiar, que hace que los recorridos de las parejas sean cada vez más diversos, como también por cambios sociales y económicos, pero es difícil detectarlos, tanto estadísticamente como socialmente”.

En este sentido, explica que, “si bien hay estudios sociológicos y antropológicos que nos dan algunas pistas, sobre todo a partir de encuestas, no podemos decir con precisión cuál es su proporción exacta. Algunos estudios a nivel europeo, indican que estarían en torno al 8%”. Por otro lado, el hecho de que todavía exista cierta estigmatización en torno a ellas, también contribuye a que no resulten tan evidentes a nivel social, explica el experto.

El estudio La gestión de la intimidad en la sociedad de la información y el conocimiento. Parejas y rupturas en la España actual (GESTIM) de la Universidad de Málaga de 2018, se pregunta acerca de la presencia de las parejas sin convivencia en España, y cita las cifras de la Encuesta de Fecundidad (INE, 2018), según la cual ascenderían hasta el 12,9%, y las de la ESGE (CIS, 2018), donde la cifra disminuye hasta el 7,2%.

Parejas que no conviven: un mapa de realidades muy diversas

Adriana y Ferrán (ambos de 53 años), llevan juntos poco más de dos años. “Cada uno tiene su casa y, como yo vivo con mis tres hijos (de entre 20 y 23 años), pensamos que lo mejor era hacerlo así. Cada uno tiene su vida y sus propias responsabilidades entre semana, y nos vemos los fines de semana y en vacaciones”, explica ella.

Después de haber vivido un matrimonio de veinte años, ella sabe que “la convivencia es bastante desgastante”. Aún no han conversado qué harán cuando los hijos de ella se emancipen y tampoco lo ve como algo cercano, pero le gustaría sostener esta misma dinámica: “Me gusta, no le veo ninguna desventaja. Aunque no convivamos, estamos todo el día en contacto. Al no vivir juntos, el agobio y los problemas de toda la semana queden apartados y no afectan a la pareja. El momento de vernos es para disfrutar, para estar juntos”.

El hecho de no convivir no cambia su nivel compromiso. “No nos hemos planteado si esto es para toda la vida, pero sí que estamos comprometidos. Estamos juntos y la nuestra es una relación formal y duradera. No es algo de ‘me canso y me voy’”.

“No elegimos esta modalidad, sino que vino dada por las circunstancias de la vida. Era transformar la relación o la pareja se acababa”, explica por su parte Paula (este no es su verdadero nombre), de 32 años, que lleva casi siete en pareja. Vivir separados les aporta a ella y su pareja “mucha libertad”, aunque aclara que “hay que trabajar mucho el autoestima, para confiar en tu pareja y en la relación, porque no es lo mismo trabajar los celos e inseguridades cuando tu pareja está a tu lado”.

Ella entiende que tener una pareja así, que escapa a lo más convencional, es algo que te lleva a tener una mentalidad más abierta. “Puedes comprometerte, incluso casarte teniendo este tipo de relación”, indica y advierte: “Siempre habrán personas que te hagan dudar, que te digan cosas como ‘Yo no sé cómo puedes estar tan tranquila estando tú aquí, y teniendo a tu pareja lejos’, ‘Yo no aguantaría tanto tiempo sin verle’ o ‘Yo a tu edad ya estaría casada y con hijos’”. Ella tiene claro que lo fundamental “es que haya respeto, amor y tener las cosas claras desde un principio. Si la relación funciona de esa manera, bienvenida sea”.

Una decisión no económica... o no

Para Lily y Andrés, vivir en casas separadas es algo temporal. “Lo ideal hubiera sido que se viniera a vivir conmigo cuando ya llevabamos un tiempito juntos y pagar gastos a medias, pero a él le acababan de dar un trabajo con un sueldo decente. Priorizó poder ahorrar y capitalizarse un poco”, explica ella. “Hasta que no he tenido un trabajo a jornada completa, no me he podido plantear nada más allá. Ahora que ya tengo una situación laboral y económica más estable, podemos empezar a plantear el vivir juntos. Cada cosa tiene su momento y hay que saber disfrutar de todas las etapas de una relación”, dice él.

Aunque Lily coincide en que el hecho de no convivir no cambia el compromiso de la pareja, sí que cree que puede afectar la intimidad y ofrecer menos oportunidades para crear hábitos compartidos. La distancia emocional -dice- puede ser “en momentos difíciles, ya que en situaciones complicadas no existe un apoyo continuado de forma física y alguno de los dos se puede sentir solo”. Para Andrés, el desafío más grande de no convivir es el de poder cuadrar horarios.

Desde que empezaron a salir, Eric tenía claro que quería vivir solo, al haber convivido hasta el momento con sus padres. “Veremos si es algo temporal o permanente. Ella ahora se ha comprado una casa, con lo que sería mucho más fácil que yo me fuese a vivir con ella. Cuando se acabe mi doctorado, si me quedo por aquí, seguramente lo haré, ya que la situación de vivienda está muy complicada. Vamos viendo, por ahora me gusta tener mi espacio”, indica.

Él encuentra muchas ventajas en tener casas separadas: “Puedo organizar las cosas como quiera, tener la casa como quiera, hacer lo que quiera, hacer el ruido que quiera, ver lo que quiera, irme a dormir cuando quiera, y mucho más. El querer a alguien no tiene nada que ver con renunciar a ciertas libertades en cuanto a lo que es la vivienda de uno. Además, podemos tener una vida por separado, hacer nuestras cosas, nuestros hobbies, tener nuestras propias rutinas y vida social, sin que interfieran la una con la otra”.

En cuanto a desventajas, apunta que, al pasar menos tiempo juntos, “a veces hace un poco de falta reconectar para volver a estar en sintonía el uno con el otro”. Aunque ahora viven cerca, dentro de unos meses, eso cambiará y tendrán que viajar más para verse. Además, dice: “Cada vez que quieres pasar la noche con tu pareja, implica pasar la noche fuera de casa”.

“Hay una gran variedad de situaciones, que responden a circunstancias y lógicas económicas, sociales, psicológicas y afectivas muy distintas”, dice el profesor de la UB Xavier Roigé y observa que, “mientras que en la edad juvenil, vemos que muchos jóvenes mantienen distintas residencias no porque lo eligen sino porque no pueden acceder a una vivienda, sobre la edad media observamos otro tipo de situaciones donde, por ejemplo, tras un divorcio, se opta por mantener este modelo para evitar repetir malas experiencias o para no generar complicaciones con los hijos. También se percibe como un modelo más libre que permite preservar la autonomía emocional o el espacio personal. Están también las Only Week Couple (OWC), que son aquellas que conviven sólo los fines de semana, o las commuting couples, que viven en distintas ciudades por motivos laborales, y se ven más ocasionalmente. Incluso podemos encontrar parejas que no conviven a una edad más avanzada, después de una separación o viudedad, por ejemplo”.

El informe de la Universidad de Málaga retrata distintas tipologías de parejas que no conviven, las cuales se agrupan todas bajo el paraguas de ‘Parejas LAT’: Un 25,4 % se considera joven para hacerlo, mientras que un 25,7 % no convive porque no puede, debido a motivos económicos. Un 13 % también se ve obligada a vivir de forma separada, pero por razones laborales, un 7,1 % afirma no convivir por el hecho de no sentirse preparado para convivir y el 7 % restante por priorizar su independencia. A nivel de percepción social, el estudio observa que “el hecho de tener una pareja y decidir no convivir con ella porque cada uno mantenga su espacio e independencia despierta actualmente un importante disenso”.

Tanto el grupo que no convive por motivos laborales como el que lo hace por priorizar su independencia, son los que están compuestos por parejas de una media de edad más alta (34,8 y 42,3) y de mayor duración (una media de seis años), con los niveles de estudios más altos (casi un 50% tiene estudios universitarios).

La abogada de familia Elena Crespo aclara que las parejas que no conviven y no tienen hijos ni bienes en común no cuentan con un reconocimiento legal específico en caso de ruptura. “Si no viven juntos y no se ha formalizado la relación como pareja de hecho, pareja estable o matrimonio, si rompen no hay unas consecuencias legales específicas”, explica. La excepción aparece si existen hijos, propiedades compartidas, cuentas bancarias o contratos firmados entre ambos, lo que sí podría generar obligaciones legales al separarse.

https://www.lavanguardia.com/politica/20250929/11105424/virgen-gotica.html