jueves, 16 de mayo de 2024

Traducción. Asimetrías.



1. Una tecnica che i narcos messicani utilizzano già da anni, per trasferire coca in Europa con veri e propri sommergibili

2. È sempre più diffuso l’equivoco secondo cui sovranità popolare (il popolo come fonte di ogni potere) coincide con consenso elettorale (che misura la forza dei partiti). Ma non è così: se la prima è il fondamento della democrazia, il secondo è compatibile anche con regimi non democratici. Sovranità popolare vuol dire potere di tutti e per questo la sua espressione fondamentale è il Parlamento che rappresenta non la voce del popolo – che non ha mai una voce sola! – ma le tante voci diverse di tutti i cittadini.

3. Per formare il governo, dunque, è giusto tener conto dei consensi raccolti.

4. Occorre precisare subito che alcune normali pratiche culinarie come l’ammollo, la cottura, la germinazione e la fermentazione sono in grado di ridurre quasi totalmente la presenza di antinutrienti negli alimenti. La cui presenza, in ogni caso, non è da considerarsi del tutto negativa, visto che diverse ricerche hanno accertato che molte di queste sostanze hanno anche un importante ruolo positivo per la nostra salute.

5. È pur vero, come lamenta Antonio Tajani, che l'introduzione di norme retroattive viola principi liberali consolidati, ma di fronte a quei numeri e alla prospettiva di ulteriori peggioramenti del debito non poteva che prevalere l'interesse generale su quello particolare.

lunes, 13 de mayo de 2024

Traducción: asimetrías

 1. Mi disse che ci avrebbe provato, il che mi meraviglió.

2. Vai a dormire che ne hai bisogno

3. Mi meraviglio che non abbia detto nulla

4. La risposta fu tutt'altro che sperata poiché il governatore fece loro dire da un suo messo ce se gli abitanti di Maracaybo avessero impedito l'ingresso ai pirati non si sarebbero trovati en quelle tristi condicione.

5. Aumentando però il pericolo e cominciando a mancare i viveri in Maracaybo, decise di tentare nuovamente la sorte.

6. V'è poi dell'altro che vi dirò più tardi.

7. Guarda come ballo bene!

8. Forza, non ti scoraggiare. (Revisar interjecciones)

9. Di solito cucina bene, ma non sempre.

10. Non fa altro che dare fastidio.

11. Devo confessarti che io Dominic non l'ho mai sopportato dall'inizio.

12. Ti darò ciò che chiedi.

13. Non l'ho chiamato perché ne avevo voglia, ma perché sono stato costretto a farlo

14. Per vivere qui da 30 anni, parla a stento l'italiano.

15. Qualunque cosa faccia, sarà sempre rispettato.


Animales. Entrevista a Vinciane Despret.

 https://elpais.com/ideas/2024-05-10/vinciane-despret-filosofa-hoy-sabemos-que-algunos-pajaros-cuando-trinan-estan-expresando-su-propio-nombre.html

jueves, 9 de mayo de 2024

Traducción: continuare, restare, rimanere



1. Continuo a non essere d’accordo su questo punto.

2. Continuavano ad esserci problemi.

3. Continuo ad avere problemi.

4. Continuo a non capire.

5. Il Madrid resta la migliore squadra dell’Inferno.

lunes, 6 de mayo de 2024

B1: Pasados. Un vaciado

 

Un día Saylor Class, una niña de 3 años, (1) a quejarse de que (2) monstruos en su habitación de la granja de Charlotte, Carolina del Norte, en la que (3) con sus padres.

Pero la madre, Ashley Massis Class, y su marido no le (4) importancia. Pensaron que (5) que ver con que la niña (6) de ver la película de Pixar Monsters, Inc.

"Incluso le DAR una botella de agua y le DECIR que era un spray para monstruos, para que PODER espantar a los monstruos por la noche", explica la mujer.

Pero durante los meses (7), Saylor insistió cada vez más en que había (8)en su armario.

Empezó a tener más sentido cuando Massis se (8) cuenta de que había enjambres de abejas cerca del ático y en la chimenea de su casa centenaria.

Pensaron que Saylor PODER estar escuchando el zumbido cerca del techo de su dormitorio.

La madre de la niña (9)  a una empresa de control de plagas que (10) que los insectos eran abejas melíferas, una especie (11) en Estados Unidos.

La familia se (12) en contacto con un apicultor, que se dio cuenta de que los insectos se (13) hacia el piso de madera del ático, justo encima del dormitorio de su hija.

Las abejas (14) ocho meses construyendo una gigantesca colmena.

El "cazador de monstruos"

El apicultor (15) una cámara térmica para escanear las paredes del dormitorio de la niña de tres años.

"Se (16) todo como en Navidad", dijo la mujer.

El apicultor, que (17) un agujero del tamaño de una moneda en la esquina de una rejilla de ventilación del ático, dijo que nunca (18)  una colmena como esa, que METERSE tanto en la pared.

El hombre -al que la niña empezó a llamar "cazador de monstruos"- (19) la pared y (20) un gran panal.

"SALIR a raudales como en una película de terror", explica la madre.

El apicultor EXTRAER unas 65.000 abejas y 45 kg de panal.

Para eso, se (21) tres extracciones mediante aspiración de los insectos de la pared para meterlos en cajas. Los insectos REUBICAR en un santuario de abejas.

La madre de la pequeña (22) que cubrir con plásticos la habitación para evitar que las abejas anden por su casa.

Las abejas y su miel (23) el cableado eléctrico de la casa. La familia dice que el seguro de su hogar no cubre nada relacionado con las plagas porque lo consideran evitable.

Calcula que las abejas (24) más de US$20.000 en daños.

miércoles, 17 de abril de 2024

Lecturas.



Roma en verano
Por Gabriel García Márquez

He vuelto a Roma, al cabo de una muy larga ausencia, y la he vuelto a encontrar como siempre: más bella, y más sucia, y más loca que la vez anterior. El verano estalló de pronto la semana pasada, con ese calor que parece de vidrio líquido, y la moda femenina, que este año dejó las puertas abiertas a toda clase de desafueros de formas y colores, convirtió a la ciudad eterna en la más moderna y juvenil del mundo.Creo que fue Julio Cortázar quien observó en alguno de sus libros que después de conocer una ciudad seguía recordándola para siempre, no como era en la realidad, sino como se la imaginaba antes de conocerla. Esto me parece cierto, salvo con Roma, pues es la única ciudad que siempre me imaginé tal como fue cuando la conocí, que es como sigue siendo siempre. Tal vez la única de la que puedo decir que la recordaba sin conocerla.

Estuve aquí por primera vez en el verano de 1955 -hace ahora la módica suma de veintisiete años-, como enviado especial de El Espectador, de Bogotá, a los funerales de un Papa que aún no había muerto, pero que tenía hipo desde hacía varios meses. Un médico amigo me había dicho en Colombia que ese es un síntoma del cáncer de esófago, y que si no se conseguía controlarlo era una causa segura de muerte por deshidratación. Yo conocía un antecedente literario: el hermoso cuento de Somerset Maugham de un inmigrante inglés a quien le sorprendió el hipo en un trasatlántico de lujo que navegaba por el océano Indico, y al cabo de pocos días de esfuerzos estériles su cadáver fue arrojado a las aguas envuelto en la bandera británica. El Papa, como se sabe, no corrió la misma suerte. En cambio, fui yo quien estuvo a punto de morir el mismo día de mi llegada a Roma, un alucinante domingo de julio en que había, como siempre, una huelga de todo, e Italia parecía, como siempre, al borde del desastre. "Esto es igual que Aracataca", me dije, abrumado por el calor y el polvo, mientras recorría la estación solitaria buscando en vano un alma caritativa que me ayudara a cargar las maletas. De pronto, un esquirol de los que nunca faltan, aun en las mejores familias, no sólo me ayudó a cargarlas por cincuenta liras de aquellos tiempos, sino que se ofreció para conseguirme un hotel en la cercana Vía Nazionale.

Era un edificio muy viejo y reconstruido con materiales varios, en cada uno de cuyos pisos había un hotel diferente. Sus ventanas estaban tan cerca de las ruinas del Coliseo, que no sólo se veían los miles y miles de gatos adormilados por el calor en las graderías, sino que se percibía su olor intenso de orines fermentados. Mi buen acompañante, que se ganaba una comisión por llevar clientes a los hoteles, me recomendó el del tercer piso, porque era el único que tenía las tres comidas incluidas en el precio. Además, la recepcionista era una mujer gorda y floral, con una cálida voz de soprano, y parecía muy sensible a la idea de que un caribe de veintitrés años hubiera atravesado el océano para conocerla. Eran las cinco de la tarde, y en el vestíbulo había diecisiete ingleses sentados, todos hombres y todos con pantalones cortos, y todos cabeceando de sueño. Al primer golpe de vista me parecieron iguales, como si fuera uno solo dieciséis veces repetido en una galería de espejos; pero lo que más me llamó la atención fueron sus rodillas óseas y rosadas. Siempre había querido mucho a los ingleses, hasta este año funesto de las Malvinas, en que una imbecilidad de su Gobierno me los sacó del corazón sin re medio. Sin embargo, no se qué rara facultad oculta del Caribe me sopló al oído que aquella su cesión de rodillas rosadas era un mensaje aciago. Entonces le dije a mi acompañante que me lleva ra a otro hotel donde no hubiera tantos ingleses sentados en el vestíbulo, y él me llevó sin preguntarme nada al del piso si guiente. Esa noche, los diecisiete ingleses y todos los huéspedes del hotel del tercer piso se envenenaron con la cena.

Así empezó para mí aquel verano inolvidable. Por la mañana, la ciudad estaba casi vacía, porque muchos romanos se iban a la playa. Roma era todavía una ciudad con muy pocos automóviles, y el único lujo que podían pagarse los deslumbrantes automovilistas de hoy eran unas Vespas rudimentarias que se metían por todas partes y atropellaban a los transeúntes aun sobre los andenes. Al contrario de lo que hacíamos en el trópico, que abríamos puertas y ventanas para que entrara el fresco de la calle, los romanos cerraban las casas con persianas herméticas. Así lo hacían desde los tiempos del Imperio, y así lo siguen haciendo, con toda la razón, porque así impiden que se meta en las casas el aire ardiente de la calle. Después de un almuerzo ligero a base de pasta esa comida prodigiosa que cambia de sabor con sólo cambiar de forma- hacían una siesta lisa y densa que se parecía demasiado a la muerte. A esa hora no había un alma en la calle, el Sol se quedaba inmóvil en el centro del cielo, y el silencio era tan intenso que no parecía posible. Pero un poco después de las seis de la tarde, todas las ventanas se abrían de golpe para convocar el aire fresco que empezaba a moverse, y una muchedumbre jubilosa se echaba a las calles en medio de los petardos de las Vespas, los gritos de los vendedores de sandías y las canciones de amor entre las flores de las terrazas, y sin ningún otro objetivo que el de vivir. Hoy todo sigue igual. Los italianos, en efecto, descubrieron desde hace mucho tiempo que no hay más que una vida, y esa certidumbre los ha vuelto refractarios a la crueldad.

Los únicos seres despiertos a las tres de la tarde en aquel vera no de hace veintiséis años eran las putitas tristes de la Villa Borghese, que hacían de día lo que todas las otras hacen de noche, inclusive trasnocharse. El tenor Rafael Rivero Silva y yo vivía mos en dos cuartos contiguos de una pensión cercana, cuyo único defecto era estar a la vuelta del jardín zoológico, de modo que uno despertaba a media noche asustado por el rugido de los leones. Después del almuerzo, mientras Roma dormía, nos íbamos en una Vespa prestada a ver las putitas vestidas de organza azul, de popelina rosada, de lino verde, y a veces encontrábamos alguna que nos invitaba a comer helados. Una tarde no fui. Me quedé dormido después del almuerzo, y de pronto oí unos toquecitos muy tímidos en la puerta del cuarto. Abrí medio dormido, y vi en la penumbra del corredor una imagen de delirio. Era una muchacha desnuda, muy bella, acabada de bañar y perfumar, y con todo el cuerpo empolvado. "Buona sera", me dijo con una voz muy dulce. "Mi manda il tenore".


Al contrario de lo que sucedió con el personaje de Somerset Maugham, el Papa se recuperó en mitad del verano y volvió a las audiencias públicas. Yo asistí a una de ellas en el patio de Castelgandolfo, que era su residencia de verano. Lo vi muy cerca, con un hábito inmaculado y unas manos parasitarias que parecían restregadas con lejía, y en aquel instante me di cuenta de que yo tenía que buscar un tema más fructífero e inmediato que el de su muerte. Hice bien, porque cuando el Papa murió, tres años después, yo no estaba ya en este mundo, sino en el otro: en Caracas. Pero la imagen de aquella muchacha en sus puros y hermosos cueros a las tres de la tarde se me quedó para siempre en la memoria, como uno de los tantos milagros que sólo son posibles en el sopor de Roma en verano.