Manuel Castells, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de California-Berkeley, catedrático de la Universitat Oberta de Catalunya, académico de la Real Academia Española de Ciencias Económicas y Financieras, autor de numerosos libros sobre la sociedad red, doctor honoris causa por dieciocho universidades, ha escrito también un libro titulado Mujeres y hombres, ¿un amor imposible? (Alianza, 2007), con su colega Marina Subirats (Barcelona, 1943), también catedrática emérita de Sociología. Un libro que habla de mujeres y hombres y sus relaciones. No sin advertir que le va el pellejo en ello, el profesor Castells acepta hablar sobre ellas.
Se remonta a los orígenes de los tiempos, la división del trabajo. Para ellos, la guerra, el poder y el control de la producción. Para ellas, todo lo demás: “La reproducción de la especie, ocuparse de los niños, la familia, la casa, la afectividad, la satisfacción sexual, la espiritualidad, la música, la poesía… y cualquier otra dimensión de la vida que escapase a la definición estricta del ámbito del poder”. O sea, todo aquello que da sentido a la vida más allá de lo instrumental. “De modo que, aunque esta división del trabajo instauró el poder patriarcal de los hombres, de hecho nos empobreció, porque incluso una serie de cosas que nos gustaba hacer fueron reprimidas por afeminadas”, dice el profesor.
Ellas, mientras tanto, esperaron a que se dieran las condiciones históricas necesarias para comenzar a emanciparse. “Fueron equiparándose a los hombres en la empresa, en la política y hasta en la participación en la guerra cuando se tercia. En la mayoría de los casos, lo hicieron sin perder la riqueza de sensibilidades, experiencias y capacidad relacional que acumularon en la historia. Con lo que hemos llegado a una sociedad hecha de hombres unidimensionales y mujeres multidimensionales”, concluye Castells.
No cita los datos con los que habitualmente trabaja. No es el caso. Pero sus afirmaciones rezuman empirismo. Asegura que a los hombres les interesan tanto las mujeres porque son su ventana a todo lo que va más allá de su trabajo y sus batallitas cotidianas, que en buena medida viven a través de ellas. “Y por eso nos obsesionan y nos volvemos locos cuando se nos escapan porque quedamos mutilados. ¿A qué hombre le gusta ir a cenar solo al restaurante? Y cuando va con amigos es, sobre todo, para hablar de mujeres. Claro, también las necesitamos para el sexo, pero eso dura unos minutos, lo cual no justifica la dedicación mental y de tiempo que les damos”.
Pero, advierte, “las mujeres ahora están en transición. Y ahí se lían. Porque ahora no les basta la esfera privada, están también en la escena pública, en el trabajo. Y como para ellas lo fundamental no son los hombres sino sus hijos, y como la sociedad les hace pagar su emancipación no ocupándose del cuidado de los niños, se sienten constantemente culpables: en el trabajo, pensando en los hijos, y cuando están en familia, pensando que no cumplen profesionalmente. Y como ya no tienen tiempo para nada, nosotros nos sentimos abandonados (después de que nos hicieran dependientes para siempre dándonos el pecho de pequeños) y se lo hacemos pagar. Con lo que les añadimos una nueva frustración, aunque esta genera más cabreo que culpabilidad”.
Epílogo: “Son personas multidimensionales y maravillosas con las que podríamos descubrir la vida si las dejáramos respirar”. Pellejo a salvo.
Fuente: http://magazine.lavanguardia.com/reportajes/sobre_ellos_y_ellas/reportaje/cat_id/112
Se remonta a los orígenes de los tiempos, la división del trabajo. Para ellos, la guerra, el poder y el control de la producción. Para ellas, todo lo demás: “La reproducción de la especie, ocuparse de los niños, la familia, la casa, la afectividad, la satisfacción sexual, la espiritualidad, la música, la poesía… y cualquier otra dimensión de la vida que escapase a la definición estricta del ámbito del poder”. O sea, todo aquello que da sentido a la vida más allá de lo instrumental. “De modo que, aunque esta división del trabajo instauró el poder patriarcal de los hombres, de hecho nos empobreció, porque incluso una serie de cosas que nos gustaba hacer fueron reprimidas por afeminadas”, dice el profesor.
Ellas, mientras tanto, esperaron a que se dieran las condiciones históricas necesarias para comenzar a emanciparse. “Fueron equiparándose a los hombres en la empresa, en la política y hasta en la participación en la guerra cuando se tercia. En la mayoría de los casos, lo hicieron sin perder la riqueza de sensibilidades, experiencias y capacidad relacional que acumularon en la historia. Con lo que hemos llegado a una sociedad hecha de hombres unidimensionales y mujeres multidimensionales”, concluye Castells.
No cita los datos con los que habitualmente trabaja. No es el caso. Pero sus afirmaciones rezuman empirismo. Asegura que a los hombres les interesan tanto las mujeres porque son su ventana a todo lo que va más allá de su trabajo y sus batallitas cotidianas, que en buena medida viven a través de ellas. “Y por eso nos obsesionan y nos volvemos locos cuando se nos escapan porque quedamos mutilados. ¿A qué hombre le gusta ir a cenar solo al restaurante? Y cuando va con amigos es, sobre todo, para hablar de mujeres. Claro, también las necesitamos para el sexo, pero eso dura unos minutos, lo cual no justifica la dedicación mental y de tiempo que les damos”.
Pero, advierte, “las mujeres ahora están en transición. Y ahí se lían. Porque ahora no les basta la esfera privada, están también en la escena pública, en el trabajo. Y como para ellas lo fundamental no son los hombres sino sus hijos, y como la sociedad les hace pagar su emancipación no ocupándose del cuidado de los niños, se sienten constantemente culpables: en el trabajo, pensando en los hijos, y cuando están en familia, pensando que no cumplen profesionalmente. Y como ya no tienen tiempo para nada, nosotros nos sentimos abandonados (después de que nos hicieran dependientes para siempre dándonos el pecho de pequeños) y se lo hacemos pagar. Con lo que les añadimos una nueva frustración, aunque esta genera más cabreo que culpabilidad”.
Epílogo: “Son personas multidimensionales y maravillosas con las que podríamos descubrir la vida si las dejáramos respirar”. Pellejo a salvo.
Fuente: http://magazine.lavanguardia.com/reportajes/sobre_ellos_y_ellas/reportaje/cat_id/112