martes, 14 de diciembre de 2010

C1, B2, B1: Para leer y debatir. Dopaje.

Dopaje y sociedad

Por Eugenio Fuentes. El País.

El deporte es la forma en que la modernidad manifiesta su nostalgia del héroe. De un modo metafórico y virtual, el deporte revive aquel mundo épico donde estaban claros los límites del territorio y los miembros de la tribu, de cuyos valores comunitarios el héroe era el representante más íntegro y armonioso.

Por su parte, el deportista no es sólo una masa de músculos en lucha contra otros atletas o contra la gravedad de la tierra. También, como todos los hombres, es un concentrado de angustias y pasiones que, al mismo tiempo que necesita la adoración ajena, cada día es más consciente de la responsabilidad que la sociedad carga sobre sus hombros. Al competir sabe que de él depende algo más que un simple resultado deportivo: según su actuación, entrarán en juego la alegría o la tristeza, la decepción o el orgullo, el entusiasmo o la frustración de la comunidad a la que representa.

Gabriel García Márquez escribió 14 episodios sobre el gran ciclista colombiano Ramón Hoyos a partir de una larga entrevista continuada durante cinco días y durante cinco horas cada día. Cada entrega está dividida en dos partes. En la primera se transcriben, en primera persona, los recuerdos y las declaraciones de Ramón Hoyos bajo el título El triple campeón revela su secreto. En la segunda, bajo el epígrafe Nota del redactor, el periodista García Márquez desarrolla sus observaciones en tercera persona.

Las últimas frases de Hoyos, y del libro, son las siguientes: "Sólo que cuando pienso que tendré que participar en otra Vuelta a Colombia me da una pereza terrible. Me alarma mi compromiso con el público. Con este público colombiano que cada día exige más y más, cuando ya uno sólo vive para darle a ese público todo lo que puede".

Hace 55 años aún no habían estallado los escándalos de dopaje que tanto han ensuciado el deporte -sobre todo el ciclismo- en la última década, pero al leer estas frases se diría que García Márquez diagnostica una de las causas: la corresponsabilidad de la sociedad en esta plaga al exigir cada día más y más de los deportistas, al reclamarles que batan récords, que en cada salto vuelen más, que cada vez corran más deprisa. En alguna transmisión de ciclismo se ha oído a un comentarista reprochar a los corredores que no aceleraran, aunque soplara en contra un viento capaz de arrancar secuoyas o el sol en lo alto los acribillara con lanzazos a 40 grados.

Si a esa presión social se le añade un obsesivo afán de triunfo, ¡qué fácil resulta dejarse seducir por la tentación!, ¡qué fácil dejarse arrastrar por los cantos de sirena cuando se cree tener asegurada la impunidad y expedito el camino de regreso! Sobre todo cuando aparece cerca alguien con un maletín lleno de pociones mágicas.

Franz Kafka, quien, como García Márquez, no cayó en la tentación intelectual de desdeñar el deporte, escribió en 1924, muy poco antes de morir: "(...) allí donde la grandeza humana puede mostrarse sin empacho, es decir, sobre todo en el deporte, también entra gentuza que, sin escrúpulos, sin ni siquiera levantar la vista seriamente hacia el héroe, busca únicamente su propio beneficio, inclinada sobre sus propios intereses, y en el mejor de los casos justifica su actitud alegando que lo hace por el bien general". Con su visionaria lucidez, Kafka acierta plenamente: estas palabras podrían haber sido escritas ahora mismo.

Estos argumentos no pretenden justificar ni a Marta Domínguez ni a nadie. El dopaje es fruto de una decisión personal y, por tanto, concierne sobre todo al individuo que se deja arrastrar por la ambición, la avaricia, la vanidad o la egolatría. Pero al juzgarlos no puede obviarse que también influye en su decisión la presión colectiva que destila la melodía de la tentación en los oídos del deportista predispuesto. También influyen las exigencias de una sociedad que, acostumbrada a consumir espectáculo deportivo, exige del atleta siempre un poco más, como el adicto que necesita incrementar la dosis para alcanzar el mismo grado de placer. Mientras él agoniza sobre el tartán, el césped o la carretera, no puede dejar de escuchar los gritos retumbantes de la multitud: ¡Corre más rápido! ¡Golpea más fuerte! ¡Salta más alto!

En el deporte, la limpieza y la belleza surgen cuando cada uno respeta sus límites y acepta el lugar en que sus condiciones innatas, su capacidad de esfuerzo y sacrificio y el azar lo han colocado. Por eso sólo hay una cosa más ejemplarizante y admirable que un estadio puesto en pie aclamando al deportista o al equipo vencedor: un estadio puesto en pie aclamando al deportista derrotado. Esos gritos de reconocimiento hacia el esfuerzo y el juego limpio, al margen del resultado, serían una formidable agencia antidopaje.