Su intención es cambiar las reglas del juego informático, aunque sabe que no lo tiene nada fácil. Fundador del Proyecto GNU y la Free Software Foundation, Richard Stallman (1953) lleva más de dos décadas aireando las bondades del software libre y luchando a brazo partido por convertir el mundo virtual en un espacio de libertad y solidaridad. Para ser libre, asegura, hay que romper las cadenas del software privativo, eslogan que el norteamericano repite con la tozudez y convicción de quien se sabe gurú y visionario. Mitad ingeniero y mejor filósofo, la mejor manera para entender los planteamientos teóricos Stallman es recurriendo a una de sus más célebres analogías: si un cocinero tiene completa libertad para modificar una receta a su antojo, ¿por qué no va a poder hacerse lo mismo con un programa informático?
¿En qué punto de implantación se encuentra actualmente el «software» libre?
Es difícil decirlo, porque no hay mapa del proceso. Es un cambio social que se hace por primera vez, por lo que se puede decir «estamos aquí». Es una lucha por la libertad, una lucha en la que nos enfrentamos a enemigos fuertes sin saber si la libertad finalmente ganará. Ni siquiera está clara la manera de luchar que funcionará. Hay que probar varias estrategias.
Aún así, en los últimos años ha habido avances significativos.
Desde hace unos años, los sistemas libres son más fáciles de usar, algo que no ocurría hace diez años. El cambio más reciente es que hay regiones que han decidido migrar al software libre. En España, por ejemplo, Andalucía y Extremadura han migrado sus escuelas públicas, y eso es muy importante, porque una escuela nunca debe enseñar el uso de un programa privativo, ya que es enseñar a sus alumnos a ceder su libertad. La escuela no debe fomentar eso, aunque sea lo que ocurre en la mayoría del mundo.
En este sentido, ¿hasta qué punto es importante la implicación de las administraciones públicas en el desarrollo e implantación de este «software» libre?
En términos cualitativos, nada es más importante que migrar las escuelas públicas, pero las agencias públicas también deben usar software libre, ya que una agencia pública hace su informática para los ciudadanos y tiene el deber de asegurarse siempre el control sobre su informática para velar por los intereses de esos ciudadanos. Nunca debe permitir que una mano privada se apodere de la computación pública, y usar un programa privativo es ceder el control al desarrollador del programa.
¿Qué es lo que hace que un usuario de «software» libre tenga más libertad que un usuario de «software» privativo?
Un programa es libre porque respeta la libertad del usuario. Ahí están las cuatro libertades esenciales: ejecutar el programa como se desee, estudiar el código fuente y modificarlo, hacer copias y distribuirlas y publicar o distribuir las versiones modificadas. Quien tiene estas libertades es más libre. Es una lógica muy sencilla.
En alguna ocasión ha dicho que el «software» libre también puede desempeñar un papel importante a la hora de conseguir avances sociales relativos a la sanidad o el medio ambiente.
No diría que conseguir una sanidad pública que funcione es imposible sin software libre, pero sí que digo que la libertad es imposible sin software libre. No quiero intentar reducir todos los problemas sociales al software privativo; hay otros problemas más o menos independientes. No se trata de decir que el cielo se desplomará por culpa del software privativo, aunque sí que es bastante malo.
Llegados a este punto, ¿es más difícil educar a las nuevas generaciones o reeducar a todos aquellos que han crecido utilizando «software» privativo?
No creo que sea tan difícil cambiar. Sobre todo para usuarios no muy expertos, ya que lo que necesitan aprender no es tanto. Es más complicado si hablamos de usuarios muy especializados, ya que tendrían que aprender de nuevo muchas más cosas. En cambio, un usuario ordinario no tendrá problemas en migrar al software libre.
Un «software» libre que usted insiste en diferenciar del «open source» o «software» de código abierto.
Como filosofías son completamente diferentes. El software libre comienza desde la libertad y la solidaridad social. La razón de acuñar el término open source era dejar de mencionar la ética y la libertad del usuario como meta. Quienes comenzaron a usar ese concepto lo que deseban era dejar de hablar de esas ideas y construyeron otra filosofía que no criticaba éticamente el software no libre. No decían que distribuir software privativo era malo. Decían que un programa sin las cuatro libertades probablemente no podrá funcionar tan bien, pero sólo probablemente.
Da la sensación que actualmente todo lo relacionado con las nuevas tecnologías avanza mucho más deprisa que las leyes de propiedad intelectual y los derechos de autor.
No se debe decir nunca propiedad intelectual: ese término es un engaño. Lleva un prejuicio en la palabra propiedad. Si el asunto es, por ejemplo, el derecho de copia, no se debe considerar como propiedad, ya que es un sistema de incentivo artificial. Para buscar bien los asuntos de derecho de autor hay que considerarlos según el motivo del sistema. El término propiedad sugiere otro marco conceptual que es incorrecto, ya que alza los intereses del autor sobre los intereses del público, y el interés público en lo más importante en todos lo relativo a los derechos de autor.
Supongo que es obligado acabar hablando del canon digital.
La idea de recoger dinero sobre discos vírgenes u otras cosas para apoyar a los artistas me parece bien, pero no es lo que hace la SGAE. Hay que eliminar el canon y reemplazarlo por un impuesto del Estado con el que la SGAE no tenga relación. El Estado debe distribuir el dinero directamente y de un modo eficiente a los artistas y sólo a los artistas, nunca a las organizaciones ni a las empresas. Sugiero, por ejemplo, calcular el dinero para cada artista según la raíz cúbica de su éxito. Así, si un artista A tiene mil veces el éxito de un artista B, A recibirá diez veces más el dinero de B, por lo que la mayoría del dinero no lo recibirán sólo las grandes estrellas, sino que se podrá subvencionar a muchos artistas.
Fuente
¿En qué punto de implantación se encuentra actualmente el «software» libre?
Es difícil decirlo, porque no hay mapa del proceso. Es un cambio social que se hace por primera vez, por lo que se puede decir «estamos aquí». Es una lucha por la libertad, una lucha en la que nos enfrentamos a enemigos fuertes sin saber si la libertad finalmente ganará. Ni siquiera está clara la manera de luchar que funcionará. Hay que probar varias estrategias.
Aún así, en los últimos años ha habido avances significativos.
Desde hace unos años, los sistemas libres son más fáciles de usar, algo que no ocurría hace diez años. El cambio más reciente es que hay regiones que han decidido migrar al software libre. En España, por ejemplo, Andalucía y Extremadura han migrado sus escuelas públicas, y eso es muy importante, porque una escuela nunca debe enseñar el uso de un programa privativo, ya que es enseñar a sus alumnos a ceder su libertad. La escuela no debe fomentar eso, aunque sea lo que ocurre en la mayoría del mundo.
En este sentido, ¿hasta qué punto es importante la implicación de las administraciones públicas en el desarrollo e implantación de este «software» libre?
En términos cualitativos, nada es más importante que migrar las escuelas públicas, pero las agencias públicas también deben usar software libre, ya que una agencia pública hace su informática para los ciudadanos y tiene el deber de asegurarse siempre el control sobre su informática para velar por los intereses de esos ciudadanos. Nunca debe permitir que una mano privada se apodere de la computación pública, y usar un programa privativo es ceder el control al desarrollador del programa.
¿Qué es lo que hace que un usuario de «software» libre tenga más libertad que un usuario de «software» privativo?
Un programa es libre porque respeta la libertad del usuario. Ahí están las cuatro libertades esenciales: ejecutar el programa como se desee, estudiar el código fuente y modificarlo, hacer copias y distribuirlas y publicar o distribuir las versiones modificadas. Quien tiene estas libertades es más libre. Es una lógica muy sencilla.
En alguna ocasión ha dicho que el «software» libre también puede desempeñar un papel importante a la hora de conseguir avances sociales relativos a la sanidad o el medio ambiente.
No diría que conseguir una sanidad pública que funcione es imposible sin software libre, pero sí que digo que la libertad es imposible sin software libre. No quiero intentar reducir todos los problemas sociales al software privativo; hay otros problemas más o menos independientes. No se trata de decir que el cielo se desplomará por culpa del software privativo, aunque sí que es bastante malo.
Llegados a este punto, ¿es más difícil educar a las nuevas generaciones o reeducar a todos aquellos que han crecido utilizando «software» privativo?
No creo que sea tan difícil cambiar. Sobre todo para usuarios no muy expertos, ya que lo que necesitan aprender no es tanto. Es más complicado si hablamos de usuarios muy especializados, ya que tendrían que aprender de nuevo muchas más cosas. En cambio, un usuario ordinario no tendrá problemas en migrar al software libre.
Un «software» libre que usted insiste en diferenciar del «open source» o «software» de código abierto.
Como filosofías son completamente diferentes. El software libre comienza desde la libertad y la solidaridad social. La razón de acuñar el término open source era dejar de mencionar la ética y la libertad del usuario como meta. Quienes comenzaron a usar ese concepto lo que deseban era dejar de hablar de esas ideas y construyeron otra filosofía que no criticaba éticamente el software no libre. No decían que distribuir software privativo era malo. Decían que un programa sin las cuatro libertades probablemente no podrá funcionar tan bien, pero sólo probablemente.
Da la sensación que actualmente todo lo relacionado con las nuevas tecnologías avanza mucho más deprisa que las leyes de propiedad intelectual y los derechos de autor.
No se debe decir nunca propiedad intelectual: ese término es un engaño. Lleva un prejuicio en la palabra propiedad. Si el asunto es, por ejemplo, el derecho de copia, no se debe considerar como propiedad, ya que es un sistema de incentivo artificial. Para buscar bien los asuntos de derecho de autor hay que considerarlos según el motivo del sistema. El término propiedad sugiere otro marco conceptual que es incorrecto, ya que alza los intereses del autor sobre los intereses del público, y el interés público en lo más importante en todos lo relativo a los derechos de autor.
Supongo que es obligado acabar hablando del canon digital.
La idea de recoger dinero sobre discos vírgenes u otras cosas para apoyar a los artistas me parece bien, pero no es lo que hace la SGAE. Hay que eliminar el canon y reemplazarlo por un impuesto del Estado con el que la SGAE no tenga relación. El Estado debe distribuir el dinero directamente y de un modo eficiente a los artistas y sólo a los artistas, nunca a las organizaciones ni a las empresas. Sugiero, por ejemplo, calcular el dinero para cada artista según la raíz cúbica de su éxito. Así, si un artista A tiene mil veces el éxito de un artista B, A recibirá diez veces más el dinero de B, por lo que la mayoría del dinero no lo recibirán sólo las grandes estrellas, sino que se podrá subvencionar a muchos artistas.
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