lunes, 18 de marzo de 2024

B1: Tópicos, hábitos, galateo

 

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¿De dónde vienen los modales en la mesa?

ANA VEGA 'BISCAYENNE'

28 MAR 2017 - 08:00CEST

En la mesa no se juega con la comida, no se canta, no se apoyan los codos y se usan los cubiertos adecuados para cada plato: esto es algo que nos han enseñado a todos. Pero estas costumbres que nunca nos hemos planteado -¿cómo íbamos a hacerlo ¿Acaso alguien quiere ver el mundo arder o, lo que es peor, darle un disgusto a su abuela?- tienen un origen y una evolución de la que probablemente sabemos entre poco y nada. O sabíamos, porque este artículo hablaremos acerca de la historia de los modales en España.

 “Y no les deben consentir que tomen el bocado con todos los cinco dedos de la mano, y que no coman feamente con toda la boca, mas con una parte. Y limpiar las manos deben a las toallas y no a otra cosa como los vestidos, así como hacen algunas gentes que no saben de limpiedad ni de apostura”.

Éstas son algunas de las recomendaciones que APARECER en las Partidas del rey Alfonso X el Sabio acerca de las “cosas que deben acostumbrar los hijos de los reyes para ser apuestos y limpios”. Así que si tú no comes a dos carrillos ni te limpias en la manga, (1) cualificado para sentarte a la mesa de un rey medieval. Aunque nos parezcan primitivos, estos buenos modales (2) parte de la educación principesca de mediados del siglo XIII, y gracias a ellos se ESPERAR que los príncipes de Castilla destacaran sobre los demás comensales.

Debían comer moderada “y no bestialmente”, esperando a haber masticado antes de meterse otro bocado en la boca, usando tres dedos (pulgar, índice y medio) en (3) de toda la manaza para coger los alimentos y a ser posible, limpiándose antes y después. También se desaconsejaba que cantaran y hablaran con la boca llena o que se acercaran demasiado a la escudilla, puesto que había que compartirla. Aunque ahora no hay escena de serie o película medieval sin su banquete guarro ni su pollo asado engullido a mordiscos, la sociedad de aquellos tiempos SER más civilizada de lo que SOLER pensar.

Al menos la que QUERER distinguirse de la plebe y no TENER que preocuparse de si HABER qué comer sino de cómo comerlo. Dentro de su simpleza, estas reglas de cortesía SER la cúspide de la buena educación de su época, según la tecnología e higiene disponibles. Si se DECIR “no escupas en la copa” era porque la escasez de vasos OBLIGAR a compartirlos; “coge la sal con la punta del cuchillo” AYUDAR a no ensuciar con los dedos el salero común, y “no te rasques en la mesa” TENER sentido en un tiempo en el que los baños no SER comunes y el cuerpo PICAR.

A medida que PASAR el tiempo y IR cambiando las circunstancias sociales, las buenas maneras IRSE haciendo más complejas. HACER falta nuevas normas para separar al rey de los nobles, a los grandes aristócratas de los menores y a los religiosos de los laicos. Cada vez SER más habitual disponer de plato, vaso, servilleta y cuchillo individuales y de distintos materiales, de modo que HABER que especificar sus usos, a la vez que se DAR mayor importancia a la higiene, la privacidad y el decoro. En 1332 el Libro de la orden de caballería de la banda de Castilla recomienda a los caballeros no comer manjares sucios y nunca sin manteles, a no ser que se tratara de fruta o estuvieran en guerra. Se esperaba que una mesa decente estuviera cubierta con un mantel grande y otros más pequeños que MARCAR el sitio de cada comensal, con una especie de servilleta común que COLGAR del borde de la mesa y en la que todos se podían refrotar alegremente las manos.

Los antiguos griegos USAR para limpiarse las manos apomagdalia o miga de pan que luego se DAR a los perros, y los romanos TENER paños grandes y pequeños (sudaria y mappa). En la Castilla medieval se USAR ‘tovallas de manjar’ y ‘pañizuelos de mesa’, que al principio ESTAR colgados de las paredes y luego fueron acarreadas por los sirvientes. El maestresala, encargado principal de los banquetes, LLEVAR la servilleta —del tamaño de una toalla de manos actual— sobre el hombro izquierdo, y el resto de criados en el antebrazo. Las OFRECER cada vez que el invitado COMER o BEBER, y CAMBIARSE con cada nuevo plato o servicio. Así se puede ver en el cuadro Las bodas de Caná (Paolo Veronese, 1497), donde también vemos los cuchillos pequeños o cañivetes que SERVER para pinchar la comida.

Aún no ESTILARSE el tenedor, pero tampoco penséis que aquello era una rebatiña cochiquera. HABER cucharas, por supuesto, y los banquetes elegantes eran siempre atendidos por un trinchante que CORTAR y REPARTIR la carne en trozos pequeños para que los comensales tuvieran que usar su cuchillo lo mínimo. Los pedazos o tajadas de carne se servían sobre rebanadas de pan para no pasarlos con las manos, y los platos -que se daban solamente a los invitados más importantes- se TRAER tapados de la cocina, cubriéndose con un paño cada vez que el servido BEBER, para no manchar la comida. ¿Veis cómo eran más civilizados de lo que PENSAR?

El tenedor existe desde la Antigüedad, aunque entonces se usaba la llamada fuscicula sólo como utensilio de cocina y servicio, para sujetar la comida mientras se cortaba. Con dos dientes y forma de horquilla se CONSERVAR en Oriente Medio y en el imperio bizantino, de donde VOLVER a Europa en el siglo X gracias a las princesas de Constantinopla Teofania Sklerania, esposa del emperador del Sacro Imperio Romano Germano Otón II, y Teodora Ducas, mujer del dux de Venecia Domenico Selvo. A esta segunda se debe la mala fama que tuvo el tenedor hasta el siglo XVI, ya que la pobre era demasiado atildada para su época y “sus comidas eran tan regaladas, que las bocas de los reyes no habían gustado cosas más extraordinaria, y además de esto, no llegaba las viandas sino con tenedores de oro y de piedras preciosas”. San Pedro Damiano, testigo de los caprichos de la duquesa, los CONDENAR y  AFIRMAR que debido a tanta tiquismiquisería Teodora SUFRIR en su vejez una enfermedad tan asquerosa que nadie la PODER atender, en castigo a su soberbia. Puede ser que lo que le pareciera mal a Damiano fuera que el tenedor fuese de oro y no su uso en sí, pero de todas maneras se entendía que la comida era un regalo de Dios y llevarla a la boca con un instrumento de metal era casi profanación.

Pese a su fama de mala pécora, a Teodora se debe la implantación del tenedor en Italia, donde HACERSE muy popular porque FACILITAR mucho la tarea de comer pasta. La forchetta italiana pasó a la Peninsula Ibérica llamándose forqueta antes que tenedor. No se usaban para todo, pero los tenedores ya comenzaban a asomar la patita en las mesas de los ricos. Hubo que esperar dos siglos más, hasta el XVII, para que el tenedor (que empezó a llamarse así en torno a 1530, de “tener” entendido como “sujetar”) se extendiera ampliamente a la burguesía. Los cubiertos SER caros y frecuentemente se HEREDAR, figurando en inventarios y testamentos como los de Felipe II, quien ya lo USAR frecuentemente. También lo UTILIZAR su padre Carlos V, y ambos aparecen en un banquete imaginario pintado por Alonso Sánchez Coello en 1579 con un tenedor.

En el siglo XVI se experimentó un profundo interés por las reglas de etiqueta, el protocolo y “la buena crianza”. Los buenos modales eran indispensables si se quería medrar en la corte, y el humanismo renacentista comenzó a dar importancia a la civilidad y urbanidad. En 1528 apareció el libro El cortesano del diplomático Baltasar Castiglione, y en 1530 Erasmo de Rotterdam publica De la urbanidad en las maneras de los niños (De civilitate morum puerilium) en el que hay varios capítulos dedicados a los banquetes. Erasmo no se corta un pelo en hablar de asuntos que más tarde se considerarían escatológicos: “para vomitar, RETIRARSE a otro sitio” o “si es dado ventosearse, HACERLO así a solas; pero si no, de acuerdo con el viejísimo proverbio, DISIMULAR el ruido con una tos”.

El pensador holandés ya aconsejaba no apoyar los codos en la mesa, sentarse erguido (“el oscilar sobre la silla y ahora sobre esta nalga, ahora posarse sobre la otra, da la apariencia de quien está cada poco soltando ventosidad del vientre o que está haciendo esfuerzos por soltarla”) y colocar el pan a la izquierda y el cuchillo a la derecha. A contrario de los usos actuales, que aconsejan trocear el pan con las manos, Erasmo dice que “desmenuzarlo con la punta de los dedos, déjalo para refinamiento de algunos cortesanos; tú córtalo decentemente con el cuchillo”.

En 1582 aparece El Galateo español, traducción y adaptación de Lucas Gracián, secretario de Felipe II, de Il Galateo, el libro de etiqueta más popular de la Europa en aquella época. En él se SEGUIR hablando impúdicamente de vómitos y mocos con gran sentido del humorTres deditos

SERVIR pues los modales para distinguirse del vulgo, y de esa manera las reglas de protocolo comenzaron a ser objeto de la aspiración de la burguesía y clase media en los siglos XVIII y XIX. Los manuales de cortesía y buenas maneras CONVERTIRSE en éxitos editoriales y en la llave para alcanzar una posición social mejor. En 1700 aún se COMERen gran parte con las manos, pero sólo con tres dedos de la mano derecha, usando el cuchillo para partirla.

Hacia 1800, todos los libros de educación infantil INCLUIR normas de urbanidad y cortesía que los niños DEBER aprender para desenvolverse en sociedad. Aunque se CONSIDERAR que los melindres excesivos eran cosa de mujeres, el protocolo era ya muchísimo más sofisticado que en los siglos anteriores.

No sólo HABER que saber comer y beber con urbanidad, sino ser buen anfitrión e invitado. Esto IMPLICAR conocer cómo HABER que agradecer o extender una invitación, cómo aceptarla por escrito, dónde sentarse, qué tipo de conversación entablar, cuándo levantarse, cómo trinchar o servir y cómo ordenar a los criados, en caso de que los hubiera.

Los distintos servicios que progresivamente se fueron imponiendo (a la francesa, a la rusa, a la inglesa, buffet) también implicaban saber por qué lado se SERVIR los manjares, si el comensal COGER su propia porción de la mesa, de una fuente que se IR pasando o si se SERVIR el alimento ya emplatado. Un verdadero estrés. Se esperaba que el dueño de la casa trinchara las carnes y que su mujer sirviera la sopa, pasando los platos de mano en mano primero a las mujeres y después a las hombres, que estaban sentados en orden jeráquico a izquierda y derecha de los anfitriones (que ocupaban los extremos de la mesa) en cercanía según su importancia. En La joven bien educada (1875) ya se prohíbe terminantemente tocar ningún alimento con los dedos, al igual que introducir el cubierto individual en ningún otro plato que no fuera el propio. SI ahora se ponen cuchillo y cuchara a la derecha del plato, y el tenedor a la izquierda, entonces todos los cubiertos se colocaban a la derecha, y el pan y la servilleta a la izquierda.

A principios del siglo XX se dan por conocidas las reglas más básicas de las buenas maneras y los libros de etiqueta no se molestan ya en hablar de cómo sujetar el cuchillo y el tenedor. Cinco siglos de continua evolución del protocolo se aprenden en pocos años, siendo niño, y los consejos rizan el rizo estableciendo incluso la temperatura ideal del comedor. “El comedor estará bien iluminado y a la temperatura de 16 á 17 grados. La mesa, cubierta con mantel bueno, limpio y de dimensiones adecuadas, tendrá una servilleta, cubierto y cuchillo para cada convidado, plato y copa para el agua y tres de diferentes tamaños para otras tantas clases de vinos; pero si hubiere más, los criados llevarán con la botella la correspondiente copa, así como otras especiales para servir el Champagne” (Nociones de urbanidad, 1906). En esa época se alcanzó en España la máxima locura y complejidad del buen comer, tal y como vemos en un artículo de la revista Hojas selectas del año 1906. Titulado El arte de comer, dedica diez fotografías y varias páginas al espinoso asunto de cómo comer langosta, ostras, pescado con ¡dos tenedores!, sopa, postres con cuchara y tenedor, alcachofas, aceitunas o apio. “De la manera de sentarse á la mesa, de manejar el cubierto, ponerse la servilleta, cortar las viandas, beber y mascar, en mil menudencias, en fin, al parecer insignificantes, se puede colegir, con muy posible certeza, de la clase de persona que por comensal tenemos y de si se crió en buenos pañales”.

Después de eso, la etiqueta se fue relajando a lo largo del último siglo, eliminando los elementos y cubiertos superfluos y simplificando el servicio. Nuestras reglas han cambiado, y se ve incluso como una exageración el usar cubiertos para comer ciertos mariscos, espárragos, fruta, pasteles o pizza. La etiqueta SEGUIR cambiando y nosotros la haremos evolucionar igual que nuestros antepasados. Eso sí: SENTARSE (TÚ) recto, no REBAÑAR la salsa y no APOYAR los codos. Ya lo DECIR Alfonso X. Y las abuelas, que en la mesa mandan casi más.