lunes, 1 de diciembre de 2025

C1: Robots.

 

Imagine un robot que (1) los trabajos de casa mientras usted lee, trabaja o simplemente no hace (2). La empresa americano-noruega 1X Technologies asegura que ( 3) ya es posible con Neo, un humanoide de cara amable, movimientos fluidos y diseño Apple. Lo muestran en vídeos idílicos abriendo la puerta a invitados, cargando la cesta de la ropa sucia o llevando la copa a su dueño. Eso sí, en casas de diseño con salas de 100 m2.

Por unos 20.000 dólares –o 499 al mes– ya lo puede reservar, siempre que  (4) en Estados Unidos y (5) paciencia: las primeras unidades no se entregarán hasta el 2026, no sabemos el día. La empresa promete que el Neo será “plenamente autónomo” en el 2027.

Siempre que (6) un vídeo de robots haciendo cosas extraordinarias pienso en los que vídeos que no nos (7) . Con los años (y los fakes ) mi espíritu crítico ha subido mucho el nivel: las presentaciones de producto siempre van bien (excepto cuando Musk quiso demostrar el cristal irrompible del Cibertruck). Pero la realidad es muy distinta. Una vez más mi instinto arácnido ha vuelto a acertar: nada de lo que sale en los vídeos es verdad; el robot está operado remotamente por un ingeniero que está en la habitación de al lado. La empresa no se esconde, al contrario. Su ejecutivo jefe y fundador, Bernt Børnich, afirma que “un experto guía a Neo en tiempo real mientras aprende a hacer el trabajo”. Que podríamos traducirlo por: “Convertiremos su casa en un laboratorio para entrenar a nuestros robots hasta que  (8) útiles”. De momento  (9) cinco minutos en poner tres piezas en el lavavajillas en un vídeo que ha hecho el WSJ y que hace sufrir mucho. Sería sólo patético, si no (10) que también es muy inquietante.

Su creador lo llama “simbiosis”, un abogado lo llamaría violación de la privacidad. Su justificación –“(11) más datos me des, más útil será Neo”– es la misma que oímos antes en Google con su buscador, en Facebook con sus redes sociales y que ahora oímos a OpenAI respecto a ChatGPT. Los defensores de este modelo ven un círculo virtuoso. Más robots, más casas, más datos, mejora exponencial. Pero detrás de este relato hay literalmente un ejército invisible de teleoperadores. Estoy seguro de que en el Excel del modelo de negocio de 1X existe la columna de los costes de deslocalizar la teleoperación a países de renta baja, a un dólar la hora. Lo sé porque esto ya ocurre con la IA generativa: OpenAI, por ejemplo, subcontrató a trabajadores en Kenia para limpiar las respuestas de ChatGPT por menos de dos dólares la hora. Un robot mayordomo en cada casa del primer mundo, precariado en el tercero.

Todo esto está apoyado por inversores como OpenAI Startup Fund, Tiger Global o Samsung, que ( 12) más de 125 millones de dólares a 1X. Es una estrategia que recuerda a la de Tesla, que en 2021 presentó su robot Optimus con un bailarín en mallas de lycra y un casco de Daft Punk en la cabeza. La promesa, entonces, era que empezaría a venderse a los tres años. Hoy, cuatro después, ese robot sigue (13) un prototipo. Vender el futuro siempre ha sido más fácil (13) crearlo.

1X dice que la teleoperación es sólo la primera fase: que se necesitan robots imperfectos en el mundo real para entrenarlos, como los coches autónomos que de vez en cuando necesitan a un humano al volante. La cita no es gratuita. 1X sigue la misma estrategia de Musk con Tesla, que para hacer masa crítica para recoger datos del mundo real ha prometido la Luna una y otra vez. El argumento tiene tanta lógica como trampas.

Neo no sólo recoge datos del mundo: los recoge de su mundo (de usted). Su voz, sus hábitos, sus conversaciones. Y a diferencia de un asistente de voz, éste lo ve literalmente todo. La empresa asegura que los operadores son “verificados”, que las imágenes se difuminan para preservar la intimidad y que podemos designar zonas de exclusión donde no queremos que (15). Pero la simple presencia de un ojo ajeno en casa rompe el contrato emocional del hogar: dejas de estar en casa cuando alguien mira. La comparación que hace 1X con tener personal de servicio tampoco se aguanta: no es lo mismo confiar en una persona con nombre y apellidos que en un sistema de teleoperadores que no sabes quién ni cuántos ni dónde (16), y que además lo graban todo.

El caso de 1X es un caso claro de lo que el Nobel de economía Daron Acemoglu llama “so so automation”, que podríamos traducir como automatización “de aquella manera” o “de estar por casa”. Es aquella automatización que desplaza a trabajadores pero que no reduce el coste y que incluso lo puede incrementar (piense en los costes de mantener el robot). Esta automatización a medias recuerda al caso de KiwiBot, una empresa de entrega de comida en campus universitarios que hacía pasar a sus robots teledirigidos por robots inteligentes autónomos. De modo similar, Neo es un experimento disfrazado de producto para vendernos futuro antes que (16), con el objetivo de financiarse con nuestros datos.

Le ocurre lo mismo a la IA generativa, que nos ahorra trabajo pero necesita supervisión constante de teleoperadores que, en este caso, somos nosotros. El modelo de negocio –extractivo– es el mismo: usted pone los datos, nosotros nos quedamos el valor. Si algún día estos humanoides llegan a ser autónomos –2027, 2028, o hasta cuando los inversores lo (17) –, ya habrán hecho el negocio. Habrán arrasado con el mercado de trabajadores del hogar, tendrán nuestros datos más íntimos y dependeremos de ellos hasta abrir la nevera.

Nuestra casa debería ser un espacio de confianza, no un entorno de entrenamiento para máquinas. Si el futuro de la robótica es éste –robots que necesitan humanos al otro lado del mundo para funcionar–, quizá no (18) tan diferente al presente. Neo es automatización de “estar por casa” en los dos sentidos del término, automatización que nos promete libertad y comodidad pero a cambio que le  (19) de canguro.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Léxico: expresiones idiomáticas referidas a la comida y la bebida.

1. Localiza en este texto las expresiones idiomáticas relativas a la comida y la bebida y busca su significado.

2. ¿Cuáles serían las ideas principales del texto? ¿Qué opinas al respecto?

No hace tanto tiempo, en una visita real al Reino Unido, la sangre estuvo cerca de llegar al Támesis. El palacio de Buckingham pasó al embajador de España el menú de la cena de Estado y nuestro hombre en Londres, al ver que no estaba previsto ningún vino español, a punto estuvo de llamar a la Armada. Al final, el embajador consiguió que no todos los vinos fueran franceses. Pero no logró evitar que el menú fuera en francés.

Es posible que la propia Isabel II, entonces reinante, fuera partidaria de esta costumbre: la suya fue una de esas educaciones en las que el caballo o el francés eran troncales y las matemáticas una actividad extraescolar. En lo culinario, el predominio del francés llegó a ser tal que podían permitirse desenvolturas como —en un recetario del Novecientos— corregir nuestra innegociable tortilla de patatas y, con la adición de jamón y trufa, incorporársela a su acervo como omelette à l’espagnole. Pero las lenguas tienen su prestigio oscilante y, para asentar el dominio del francés, fue clave que lo reconocieran otros, y eso es lo que hicimos nosotros cuando, en busca de un nombre competitivo para el brandi de Jerez, lo bautizamos, a imagen del cognac y el armagnac, como jeriñac: es algo que duele todavía. Hoy, sin embargo, en cualquier cata se oirá mil veces antes que un vino es un pepino que palabras como chambrear: el dominio francés se ha retirado de ese último bastión que era la cocina. De hecho, en Inglaterra, la señal más clara para evitar un plato es que lleve palabras como duchesse.

Todos somos particulares con la comida, y tiene por tanto su lógica que también lo seamos con nuestra manera de referirnos a ella. Por la vía negativa, es habitual que nos parezca innombrable lo que otra tribu come: sin salir del canal de la Mancha, en el Reino Unido llaman a los franceses “comerranas”, mientras que en Francia llaman a los británicos “rosbif”. Por la vía positiva, la cocina es territorio de apegos, y cada uno se agarra a su lado de la isoglosa, ya diga oliva o aceituna, níscalo o míscalo, fresa o frutilla, mondongo en Puerto Rico o callos en Madrid. En todo caso, y si de origen local hablamos, cualquier traductor sabrá que hay dos cosas para las que es imposible encontrar equivalencia: el nombre de los pescados y las setas. Aun cuando el jamón de York o el queso cheddar hayan perdido hace mucho cualquier vínculo con su origen, por lo general nos tranquiliza saber de dónde viene nuestro embutido, o arraigar nuestro melocotón en el pueblo exacto de Calanda. Hay argumentos para un nacionalismo culinario como paisaje metido en una olla, sí, y la palabra “camarón” en Arequipa no significa lo mismo —porque el camarón no es el mismo— que en Cádiz. Pero hay más argumentos para pensar que ese nacionalismo siempre fue imposible: hasta nuestro jamón y nuestras clementinas derivan su etimología de otra lengua, y en Italia no hay pimientos de los que llamamos italianos.

Pasando de los orígenes a los usos, el español parece particularmente inclinado a un uso afectivo o moral: podemos tener cara de acelga o gesto avinagrado; emperejilarnos y aun ser el perejil de todas las salsas. Si una noche nos cocemos, por la mañana estaremos empanados hasta quedarnos fritos en una buena siesta. Por mi parte, y aun consciente del riesgo de estar al plato y a las tajadas, tengo una devoción particular por la fantasía con que llamamos —por ejemplo— manitas de ministro a las manitas de cerdo. La cocina conventual fue muy afecta —con sus paciencias o sus socorritos— a justamente la expresión de estos afectos, en virtud de los cuales un postre como el suspiro de limeña siempre llamará la atención entre los postres.

Es notable que la cocina sea más difícil de comunicar que las pasiones. Cada año aparecen términos nuevos en nuestras vidas: no hace tanto era difícil saber si seitán o poke eran nombres de comida o islotes de las Maldivas. Pero también hay términos tradicionales que ponen en suspenso la fe en la homogeneidad del idioma, a la vez que nos fascina su vínculo local. Un español no nace sabiendo qué es un chairo o un cuy chactado, y un peruano, ante unas patatas revolconas, primero debe superar el trauma de llamar patata a la papa y luego ya plantearse el adjetivo revolcón. ¿Hará falta un diccionario gastronómico del español? Yo diría que sí, pero mejor lo dejo, que —como dijo precisamente un peruano— quiero laurearme, pero me encebollo.

Tomado de: https://elpais.com/eps/2025-11-22/ayer-me-coci-y-hoy-estoy-empanado-sobre-la-cocina-y-las-palabras.html

lunes, 24 de noviembre de 2025

Futuro.

Conjuga los verbos en mayúsculas:

¿De qué ESTAR hecho el futuro? ¿De árboles, de lagos y flores, de composta? ¿O SER, por el contrario, un insaciable cementerio, un planeta desierto? ¿SER más respetuoso, más autosustentable, más cercano a la tierra, más colectivo o más rapaz e individualista? ¿Qué especies SEGUIR poblando el planeta y cuáles HABER extinguido? ¿Cómo SER la relación entre hombres y mujeres? ¿SEGUIR existiendo el género? ¿Cómo ANDAR nuestra salud? ¿Y nuestro tablero político? ¿Qué PASAR con las distintas civilizaciones después de la pandemia? ¿Cómo SER la realidad? ¿Virtual o analógica? ¿El futuro SER un robot implantando órganos impresos en 3D en un solitario quirófano o una diminuta cámara de video surcando el universo a la velocidad de la luz? ¿CONSEGUIR por fin hacer viajes en el tiempo? ¿Cómo SER las máquinas que HABER inventado? ¿Para qué nos SERVIR de ellas? ¿Qué humanos o qué sistemas SERVIR, a su vez, de nosotros? ¿Qué PODER hacer mal y qué PODER hacer bien? ¿Qué eventos DECIDIR registrar y cuáles olvidar? ¿Qué relación TENER con la memoria, con el almacenamiento de recuerdos? ¿Alguien PODER, a través de los sueños o de las artes adivinatorias, predecir el porvenir, evitarlo, modificarlo? ¿EXISTIR realmente el futuro o SER verdad, como ASEGURAR los místicos de todas las tradiciones, que sólo TENER el ahora? ¿Se PODER hablar de ese tiempo o siquiera pensar en él si no SER con interrogantes?

Adaptado de: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/6d835038-3cee-4485-86e2-874d6c4be1ed/futuro

lunes, 10 de noviembre de 2025

Lectura: hijos por reproducción asistida

 1. Busca expresiones sinónimas y traducciones para las expresiones en negrita.

“No somos el sueño de nadie”. A Maria Sellés, de 32 años, le violenta la retórica de las clínicas de reproducción asistida, que suelen usar esas palabras: sueño cumplido, ilusión, tu bebé en casa o te devolvemos el dinero. “Todo está pensado para que unos padres que no puedan tener hijos lo puedan hacer, todo se hace desde un supuesto derecho a maternar que no existe. Me da igual que seas lesbiana, gay o heterosexual”. 

Su madre se decidió a tener una hija sin pareja a principios de los noventa y recurrió al banco de esperma de Cefer, una de las clínicas pioneras del sector. “Ella nunca me lo ocultó ni tuve la sensación de que me había engañado, pero me lo explicaba de una manera muy técnica y yo no entendía por qué no podíamos hablarlo con mi abuela y mis tíos. No estaba problematizado, sino romantizado, todo el mundo me decía que había sido una niña muy deseada pero yo lo vivía mal, no entendía qué pasaba”, dice Sellés.

A los 29 se dio cuenta de que ese vacío en torno a su padre biológico le pesaba demasiado y canalizó su “rabia” en el activismo. Fundó AFID (Associació de Fills i Filles de Donants) y empezó a llevar una cuenta de Instagram (@nda.drets) que agrupa a otros adultos nacidos por donaciones de gametos que exigen que se levante el anonimato para poder acceder a la información de sus progenitores biológicos, como ya ocurre en países como Francia y Portugal, que acabó con el anonimato en 2018. Sus motivaciones son de tipo práctico –tener acceso al historial clínico que podría afectarles– pero también, y sobre todo, emocional. Quieren conseguir la pieza que les falta para acabar de entenderse.

Aunque inicialmente eran solo una decena de integrantes en la asociación, en las últimas semanas han recibido un goteo incesante de llamadas y mensajes y se han unido nuevos miembros, gente que vio el reportaje Gens anònims que se emitió en TV3 a finales de febrero, dentro del espacio 30 minuts.

Josep Marquès (no es su nombre real) lo vio en una habitación de hotel, por casualidad. “Nunca miro la tele, pero justo me salió un aviso en Facebook. Me lo puse y a los diez minutos de reportaje rompí a llorar, un llanto desconsolado que no sabía de dónde salía. Fue catártico. Mi pareja no entendía nada”.

Cuando terminó el reportaje, le contó a su novio algo que nunca le había dicho: que él nació, en la primera mitad de los ochenta, de un donante anónimo de esperma porque su padre se había quedado estéril a raíz de una medicación. A los 21 años, se sentó con su madre para salir del armario y comunicarle que era gay. Ella aprovechó la conversación para revelar también un secreto, el de su origen. Pero le pidió que no se lo contara al padre, que sigue sin saber que su hijo lo sabe. “Me quedé en shock y por respeto a mi madre empecé a cargar con este peso que nunca me ha abandonado, hasta ahora. Recordé todas las bromas que se hacían en mi entorno de pequeño. ‘Este niño es hijo del butanero’, decían, porque no me parezco a mi familia”.

Historias como la suya son habituales entre los nacidos en los primeros años de la reproducción asistida. “Se comparte que se ha recurrido a tratamientos de fertilidad pero no que el proceso ha requerido de una tercera persona, algunos aspectos siguen en la sombra”, dice Anna Molas, investigadora de la Universitat Autònoma que dedicó su tesis doctoral a las donantes de óvulos y lleva años trabajando en este campo.

“No existen estudios a gran escala pero tenemos la percepción de que esto está cambiando lentamente, que se empiezan a plantear cosas que antes no se planteaban, pero aun así muchas personas siguen sin querer decirlo. Se tiene la sensación de que el hijo será menos aceptado en la familia, que la propia relación con el hijo se puede resentir. Y desde las clínicas todo está pensado para que quienes utilizan donaciones puedan no decirlo. El tema del matching [buscar donantes que compartan características físicas con los padres] es muy importante y todo el discurso que manejan va en ese sentido. Se les dice: ‘es una célula’, ‘tú gestarás a ese bebé’. Es un discurso que quiere reafirmar la maternidad de la persona que busca un embarazo y minimizar el rol de la persona donante”.

Las donaciones de gametos son cada vez más frecuentes debido a que las mujeres que recurren a los tratamientos de reproducción asistida lo hacen cada vez más tarde y eso les aboca a utilizar óvulos de otras mujeres. De los 38.000 ciclos de fecundación in vitro que se hicieron en España en 2020, el último año contabilizado (uno flojo, debido a la pandemia), más de 10.000 requirieron donaciones de esperma o ovocitos. Un tercio de los nacidos gracias a técnicas de reproducción asistida lo hicieron gracias a óvulos donados.

Para Molas, la cuestión del anonimato es, junto a la remuneración económica de los donantes (de unos 50 euros por una donación de semen y unos 1000 para una donación de óvulos, que implica un tratamiento hormonal y extracción en quirófano para la donante), el pilar que sostiene un sector muy desarrollado en España y particularmente en Catalunya, el de las clínicas privadas de reproducción asistida. 

España es el cuarto país del mundo que realiza más ciclos de fertilidad al año en términos absolutos, solo por detrás de Japón, China y Estados Unidos, según datos de la SEF, la Sociedad Española de Fertilidad, y lidera claramente en Europa. Cada año se desplazan personas de Francia (los que más lo hacen), Italia, Reino Unido y Alemania, entre otros países, atraídos por unas clínicas prestigiosas, un alto índice de efectividad, y una legislación ad hoc. En Alemania, por ejemplo, ni siquiera es legal la donación de gametos.

“Las clínicas son un lobby potente por su impacto económico y levantar el anonimato haría que se tambalease esa industria”, proyecta Molas. “Quizá algunas personas donarían gametos, pero no seis veces, como pueden hacerlo por ley los donantes de semen, con la posibilidad de que más tarde 20 personas pudieran venir a presentársele como hijos biológicos”.

El presidente de la SEF, Juanjo Espinós, que lleva a cabo tratamientos de reproducción asistida en la clínica Fertty de Barcelona, también cree que si se levantase el anonimato “el efecto sería el mismo que ha tenido en otros países de Europa, como Francia, Portugal y Reino Unidos, se reduciría drásticamente el número de donantes”. Y eso sería, a su entender, trágico para las esperanzas de cientos de miles de parejas que buscan concebir con ayuda médica. “Los donantes no tienen ningún interés en formar una familia y quieren preservar su derecho a la intimidad”, defiende.

Según Espinós, las reivindicaciones de grupos como AFID son todavía muy minoritarias y, en su opinión, no del todo justificadas. “Quitar el anonimato es hacer comparables donaciones con adopciones, cuando son procedimientos diferentes. Entiendo que quien es adoptado y procede de un lugar tenga todo el derecho del mundo a volver a sus raíces, pero las donaciones se hacen para ayudar a una persona o a una pareja. No puedo igualar esos derechos”, afirma. “Hemos de buscar el bien superior y creemos que el bien superior es el sistema que ya tenemos”. Una posibilidad interesante, admite, sería optar por el sistema mixto, como existe en Dinamarca, según el cuál los donantes pueden escoger si son anónimos o no, y también los receptores deciden si quieren un donante anónimo o público.

Respecto a la cuestión puramente médica, señala que a los donantes ya se les hace un cribado, se obtiene su cariotipo y un descarte genético de enfermedades autosómico recesivas (hereditarias). “Están mejor estudiados que los propios pacientes que vienen buscando un embarazo”. Además, señala que la ley ya prevé levantar el anonimato si una cuestión de salud lo requiriese. Por ejemplo, si alguien pudiese necesitar un trasplante de médula ósea y fuera importante buscar a su padre o madre biológicos.

Pero no solo se heredan enfermedades, también traumas, cree Anna Martín (no es su nombre verdadero), una psicóloga que también fue concebida con esperma de donante y que en su consulta suele abordar cuestiones relativas al arraigo, el duelo genético (el que atraviesan las personas que asumen que no serán progenitores biológicos de sus hijos) y el trauma generacional, el que se transmite de padres a hijos y de abuelos a nietos. “Cuando te falta una pieza del puzle te cuesta sanar. Si tienes esa parte es más fácil hacerlo”.

En su caso, se enteró de que sus padres habían recurrido a un donante de esperma cuando tenía once años y la familia estaba inmersa en el proceso de adopción internacional de la que ahora es su hermana. “Los psicólogos les recomendaron a mis padres que me lo contasen. Me chocó mucho y lo primero que pensé es: dios mío, este señor que no es mi padre me ha visto muchas veces desnuda. Como dice mi psicólogo, me asustó que la sangre no me protegiera frente a mi padre. Él me decía que me quería igual y que era lo más importante para él. Estuvimos muy unidos hasta que falleció hace seis años”. A Martín también le pidieron que guardase el secreto frente a su familia y amigos y le costó cargar con ese peso hasta que lo trató en terapia.

Como mujer soltera de 35 años, a veces se plantea si ella misma recurriría a un donante para quedarse embarazada, y concluye que no lo haría. “Para mí tener un hijo es fruto del amor con otra persona y no querría privar a mi hijo de saber quién es su padre biológico. Entiendo que mis padres lo hicieran y no les juzgo, también tengo amigas lesbianas y en ningún momento veo mal que ellas tiren por esa vía, pero yo no me sentiría cómoda”.

Tanto ella como los otros miembros de la asociación se han hecho tests genéticos que han introducido en My Heritage, una especie de mapa o banco de datos mundial de información genética que conecta a las personas que podrían compartir antepasados. “Cada vez que me llega el mail con los matches [conexiones] de My Heritage, me da un apretón en el corazón”, cuenta Bàrbara Vidal, una técnica de sonido de 28 años que nació en el intento número 16 de su madre por quedarse embarazada, y que también busca ahora a su padre biológico. “Lo más que he encontrado en la web son primos terceros, gente que comparte un 1% de información genética conmigo”. 

Ni ella ni sus compañeros de AFID tienen ensoñaciones de dar con un padre e iniciar con él una relación estrecha. “Como mucho buscaría un contacto en la distancia, jamás he imaginado un encuentro, me daría algo”, dice. En cambio, sí les gustaría a todos dar con sus medio hermanos biológicos, que es altamente probable que tengan. “A veces bromeamos con que alguno de nosotros seamos hermanos, puesto que somos casi todos de Barcelona y todos salimos de la clínica Cefer”, dice Anna Martín. De momento comparten activismo en una causa que no siempre se comprende desde fuera, porque despierta distintos debates morales, pero que inevitablemente seguirá en el aire, puesto que cada día nacen más bebés con gametos prestados.

 “Mi madre decidió ser madre sola en 1991 y recurrió a un banco de esperma. Yo lo supe desde siempre. Ni siquiera recuerdo un momento en el que me sentasen y me lo contasen, pero no entendía por qué no podía hablarlo con mi abuela o mis tíos. Mi madre me lo explicaba de una manera muy técnica y yo pensaba que sería algo malo si no lo podía hablar. Lo vivía muy mal. Quería conocer. No sabía ni por dónde empezar a romper la burbuja de mi madre. No quería que sintiese que no la quiero. Finalmente, a los 29 años le dije que no podría sentir este peso. Hice un escrito y se lo enseñé. He canalizado mi rabia hacia el activismo, fundando la asociación AFID y llevando el Instagram de @nda.drets. Para mí, la lucha, el quejarme, significa visibilizar.
Quiero tener acceso a una información que me corresponde. Después ya qué relación pueda tener con este señor ni me lo planteo. Le guste o no a la gente, mi padre biológico y yo estamos vinculados, y eso es una verdad como un templo. Quiero poder hablar con él y luego ya veremos si nos caemos bien.
La mayoría de los que hacemos el activismo somos hijos de madres solas o gente que ya ha perdido a su padre, bien porque ha fallecido o porque no está presente en sus vidas. Es incompatible un padre presente con que te digan la verdad sobre la donación de semen. Conocemos a muchas personas que no lo han sabido hasta que el padre se ha muerto o los abandonó, y entonces sí que la madre se lo dijo. Existía el miedo patriarcal a que se supiese que un hombre es estéril. En las familias de lesbianas o los casos de madres solas evidentemente la pregunta surge, pero siempre que esta información se puede ocultar se oculta. Incluso hay casos de parejas de lesbianas que ocultan que ha habido donación de óvulos. Existe el tabú de la sangre, y encima venimos de la tradición católica, que aún pesa mucho.
El tema médico es importante pero yo he sufrido más esa pérdida por una cuestión de salud mental. Siento que me han amputado algo. Me dicen: ya tienes a tu madre. Pero eso es como si te dijeran que como tienes dos brazos, te cortan uno. También me molesta mucho que me digan que fui muy deseada o que tuve mucha suerte. Eso es muy invalidante de mi realidad.
Siempre se habla del duelo genético de las personas que buscan un bebé porque en la reproducción asistida todo está enfocado desde la perspectiva de la gente que hace la crianza, no de los nacidos. Todo se mira para que unos padres que quieran tener un hijo lo puedan hacer, pero el derecho a tener hijos no existe. El único derecho real es el de las personas a conocer sus orígenes. Nosotras no somos un sueño, eso me parece terrorífico, como si fuera comprarse un perro o hacer un viaje.
Mi madre, que está a tope también con el activismo, presionó a la clínica y se enteró de que de mi donante habían salido cinco embarazos. Pienso que tengo al menos cuatro hermanos, quizá más, si el donante fue a varias clínicas, y tengo la esperanza de conocerlos algún día”. 

Josep Marqués (nombre supuesto), 40 años

“Mi padre nunca me ha dicho ‘te quiero’. Hay un punto de frialdad que quizá viene de ahí”.

“Mi padre tuvo una enfermedad de tipo vírico y se enteró de que la medicación le había dejado estéril cuando se casó con mi madre a principios de los ochenta. Optaron por hacer una inseminación artificial con donación de esperma, que era algo relativamente novedoso entonces. De niño, siempre me decían que les había costado mucho tenerme, pero no me contaron nada. Tuve una adolescencia complicada y supongo que pensaban que si me enteraba sería peor, que aun aceptaría menos su autoridad.
A los 21 años me senté con mi madre para decirle que me gustaban los chicos. Salí del armario. Y ella me dijo: ‘yo también te tengo que contar una cosa’. Me explicó que había nacido de un donante y me recalcó que no podíamos decírselo a mi padre. Me quedé en shock. No me lo esperaba. Me sorprendió muchísimo y empecé a hacerme preguntas. Soy una persona bastante hipocondríaca y una vez tuve un ataque de angustia y tuvo que venir a buscarme una ambulancia. Me preguntaron por antecedentes de infarto y me di cuenta de que no sé nada de la historia médica de la familia de mi padre biológico. Me entró el pánico. El derecho a conocer el historial médico del donante es básico, es de cajón. Entiendo que nacimos en los ochenta y entonces era un tabú. Para una mujer, inseminarse con el esperma de otro hombre debía ser como ser infiel a su marido. Pero los padres tienen que hablar con sus hijos, les tienen que contar.
Hasta hace poco, solo había compartido esta información con dos amigas, ni siquiera con mi pareja. Mi madre me dijo que no lo sabe nadie de la familia. Ahora estamos buscando la manera de decirle a mi padre que lo sé. Quiero que lo sepa porque siento que es algo que se ha interpuesto entre nosotros. Aunque nuestra relación es muy buena, hay una barrera que quizá viene de ahí. Mi padre nunca me ha dicho “te quiero”. Hay un punto de frialdad que quizá viene de ahí. Yo estaría más tranquilo si todos lo supiésemos. Ahora lo estoy tratando en terapia y se me están removiendo cosas. Siento una mezcla de emociones, enfado e ilusión. Ya he comprado un test genético por internet y quiero introducirlo en la web de My Heritage, a ver si consigo algún match. Durante estos años mi pensamiento siempre ha sido: igual me he cruzado con un hermano y ni él ni yo lo sabemos”. 

 

 “Me enteré a los 25 años de que me concibieron con donación de esperma por casualidad. Mi pareja de entonces me regaló un test genético, porque yo tenia curiosidad por saber mis orígenes étnicos. Yo nunca había sospechado nada y toda la vida me habían dicho que me parecía a mi padre. Mi madre ya me había dicho a los 21 años que yo había nacido por inseminación artificial, pero omitió la parte de la donación. Cuando me iba a hacer el test, me sentó y me lo dijo. Saber eso me lo cambió todo. Mi padre se había desentendido de mí cuando mis padres se divorciaron y había ido viéndolo cada vez menos, así que para mí fue un alivio saber que no estábamos genéticamente relacionados.
Si no fuera porque me regalaron ese test, no sé si mi madre me lo hubiera dicho, pero tampoco se lo eché en cara. Ella tiene 61 años y costumbres antiguas. Entiendo que para ella fuera difícil y que quisieran mantener el secreto. Me ha pedido perdón y me ha dicho que en su día ella quería ser madre y no se planteó cómo eso podría afectarme. Tuvo 15 intentos fallidos de inseminación, yo fui el número 16.
Mi motivación para querer conocer mis orígenes es pura curiosidad humana. Me miro en el espejo y hay una incógnita. Me gustaría saber cómo es la cara de esa persona que es mi padre, cómo es de personalidad, qué cosas le gustan. Por ejemplo, yo me dedico a la música y desde pequeña me gusta pintar y experimentar con vídeos, la expresión artística, pero en la familia de mi madre no hay nadie con esta inclinación. También he tenido trastornos de salud mental y me gustaría saber de dónde viene. Tenemos derecho a los datos clínicos y me da rabia que entre las clínicas y el Estado se nos esté ocultando”.

 “Lo supe cuando tenía once años, porque mis padres estaban en un proceso de adopción internacional y les recomendaron que me lo dijesen. Una tarde iba en el coche con mi padre, mi madre llamó y él puso el manos libres. Le dijo: ‘¿ya se lo has dicho a la niña?’. Yo era muy cabezona, empecé a preguntar qué es lo que me tenían que decir y al final mi padre me lo explicó ahí mismo en el coche. Es curioso porque recalcó: ‘soy estéril, no impotente’. Un dato que a mí me daba igual en ese momento, pero a él no. Me quedé muy impactada y lo primero que pasó por mi cabeza es que él no era mi padre.
Me dijeron que no se lo contara a nadie, que no lo sabía nadie de la familia, y para mí eso fue un peso muy gordo. Recibí el mensaje de que era algo malo. Recuerdo en el colegio, cuando hacíamos ciencias naturales y hablábamos del ADN, yo sentía pánico porque mi verdad se destapase. Curiosamente, toda la vida me han dicho que me parezco a mi padre y a ese lado de la familia. Conforme fui creciendo, las únicas personas con las que compartía esto era con mis parejas, porque sentía que de lo contrario no me conocían de verdad, pero a mis amigas no se lo decía. Hasta los veintipocos, que se lo conté. Mi mejor amiga se puso a llorar porque entendió todo lo que yo venía cargando.
Ahora empezamos a hablar los de las primeras remesas de la fecundación in vitro. Entiendo que a la gente le choque, pero es que somos los primeros adultos que hablamos del tema. Soy psicóloga y atiendo a críos que han sido concebidos así. A algunos se lo han contado desde chiquitos y te lo comentan de la manera más natural. Está cambiando pero aún cuesta. Los padres tienen miedo a contárselo, tienen miedo a ser rechazados. También he acompañado a mujeres que estaban en tratamiento y todas compartían ese miedo: a que el niño me rechace, que no me quiera. Ahí entra el egoísmo de cada uno. No lo cuentas porque tienes miedo, pero estás privando a una persona de saber sus orígenes. Yo lo comparto con mis pacientes si veo que les puede ayudar. Una madre que había tenido a su hija así, por ovodonación, me transmitía su miedo y yo le hablé del vínculo tan fuerte que tuve con mi padre, que ya falleció, sin ser mi padre biológico. Ahora tengo un caso en el que los padres se preguntan si los problemas de sus hijos, nacidos por ovodonación, pueden venir de la parte genética de la madre. La genética te puede hacer vulnerable y nosotros tenemos derecho a saber”. 

 

jueves, 23 de octubre de 2025

lunes, 6 de octubre de 2025